Voy con mi recuerdo a la ventana y veo el jardín que mi madre cuidaba y donde se encontraba con
su esencia, con el jardín veo la montaña y con la montaña el cielo, con el cielo el sol, la luna y las
estrellas.
El jardín hace parte del patrimonio rural, y no es por el jardín en sí, sino por todo lo que sucede
alrededor de una de las tradiciones campesinas colombianas. Cuando miro en retrospectiva
aparecen las ollas obsoletas de la cocina que se convertían en objetos utilitarios y decorativos del
espacio, no tanto por la belleza de la olla, como por la autenticidad de la elección de la planta
adecuada para esa olla transformada en matera, se pensaba en el tamaño de la planta, su tipo de
follaje, su ubicación en el jardín y el contraste y armonía que generaba con las otras especies
sembradas en tan florido entorno.
Debo decirlo, siempre admiré de mi madre, la creatividad, siempre me han inspirado las historias
de compartir entre vecinas, cuando se trataba de jardín entre unas y otras se donaban esquejes,
plántulas pequeñas, ninguna quería tener el jardín de la otra, su motivación era embellecer el suyo
compartiendo la belleza de cada jardín con su sello de autenticidad; por ejemplo cuando yo era
una niña, en la casa de los vecinos la entrada era un malecón hecho de rosas, no logro recordar si
de uno o diversos colores, pero evoco la imagen de un jardín de rosas cuidado por las hijas
mujeres de aquella familia.
En otras casas en cambio dominaba la belleza de los pensamientos, yo me preguntaba en mi
mente de niña ¿por qué se llaman pensamientos?, hoy pienso seguro por los diferentes matices,
tal como nos pasa con esas ideas que aparecen en nuestra imaginación; siempre admiré sus
contrastes y la suavidad de la pequeñez de sus pétalos.
A muchos les he escuchado que las plantas comprenden el lenguaje de sus cuidadores, no sé si eso
es real, sin embargo, no puedo dejar de compartir que el año de fallecimiento de mi madre,
cuando tuvo su floración la orquídea que ella con tanto amor cuidó por muchos años, fue la más
abundante de todas hasta ese momento de la historia de la orquídea, contamos 22 flores, no sé si
era un regalo del cielo para nosotros o era un regalo de la orquídea para mi madre, lo que sí puedo
decir es que aún conservo esa imagen como algo indeleble en mi memoria, como el mejor de los
regalos de aquel jardín.
La fortuna del legado del jardín, está acompañado de su diversidad natural, de su riqueza de
colores, y de la particularidad de cada especie, evoco en el edén flores de veranera, geranio,
astromelias, guineas, violetas, san joaquín, crisantemos, lirios, claveles, hortensias, rosas; todas
integradas construían una postal, escenario perfecto para las fotos de aquellos recuerdos
especiales.
Ese es el patrimonio que queremos compartir, el de las tradiciones campesinas colombianas.
Escrito por Claudia Caicedo para TINCARA EL MILAGRO DE LA COSECHA